lunes, 13 de junio de 2011






      LAS TRES PRINCESAS DEL LAGO





Fue al inicio del verano, junto a las aguas de un lago
una mañana de sol, conocí a mis tres princesas.
Marcadas sus ilusiones, por penas y por olvidos
buscaban reinos lejanos por senderos y caminos
eran tres princesas bellas desterradas al verano
con un sueño en sus retinas, con el temor del destino.




¿Cuándo vendrá mi príncipe encantado?
¿Quién destruirá entonces los muros del palacio?
¿Por qué ruta ha de venir el que tanto yo he soñado?
¿Por  oriente de mañana, por el poniente al ocaso?
¿En qué brioso corcel vendrá a buscarme?
¿Me encontrará hermosa  aquel día,
cuando sus pupilas se  encuentren con mi mirada?
¿Por qué tarda tanto en llegar si  es mi anhelo
Por qué me entristece y se hace larga su ausencia,                                     y mis brazos se extienden a pesar de que está lejos?



Enmudecía el silencio, mis tres princesas callaban
pues no tenían respuestas.
Su lamento era ahogado en un suspiro sediento.


La más pequeña decía:
Como sueño que se esfuma, se acercó él a mi vida
abrí de par en par las ventanas y me fugué con su cuerpo
en su rubia cabellera, en su dulce piel dorada.
Vagué con él por los bosques, por los ríos y los mares
descargamos el amor, desbarrancamos la dicha,
inundamos de placer cada instante de los días.
Y por fin aquella tarde, cuando el sueño se apagaba
emprendió rumbo en su nave  hacia las tierras lejanas 
más allá del horizonte,donde el océano es calma.

Y mi príncipe no ha vuelto, le he esperado y le he soñado,
le he llamado en el recuerdo y de tanta lágrima vertida,
mis ojos que eran frescura se tornaron en tristeza.
Mi canto que era alegría se transformó en una queja,
mi corazón que latía fue quedándose más lento,
y un sueño que fue un suspiro
se ha perdido entre los días de cada hora ya muerta.


Cuando escuché mis princesas, en los días de verano
me hice aliado de sus risas, de sus penas y tristezas;
fui el ladrón de sus suspiros, el libador de su llanto,
y en aquellas noches quietas, en el silencio de un lago,
mientras corrían las horas, en un desafío a los párpados
nos encontraba la aurora entre frases y cenizas,
entre el trinar de la aves y una música lejana.


La mayor me dijo un día, como hablándole al espacio:
En una cárcel sin muros, en una celda sin trabas
soy prisionera del tiempo y tal vez no me dí cuenta
que puse muros de acero y barrotes en mi puerta,
y mirando hacia mi amado, le he visto pasar de lejos,
a veces como un lucero, a veces como un cometa,
si me atraía su imagen, no es nítido en mis recuerdos.


Mi príncipe era sencillo, nada especial la mirada.
No recuerdo su armadura ni su vaina ni su espada.
¿Cómo era? La lejanía del tiempo lo esfumó con la mañana.
Desde entonces me es lo mismo, inviernos o primaveras,
desde entonces me cubrí con mi coraza
y separo entre mis armas a conocidos y extraños,
desde entonces se disiparon las rutas, los caminos, las distancias.
He escuchado muchas voces, muchos susurros al viento
pero no eran sus vocablos, ni sonrisas ni palabras.
Me he perdido entre la noche consolándome en la almohada,
mas mi príncipe anhelado por tantos días y horas
ha desviado su sendero hacia princesas más vanas:
¿Y si viene por el norte en una noche estrellada?
¿y si viene por el sur cuando arrecian las heladas?
¿Verá el brillo de mis ojos, el rubor de mis mejillas?
¿Deslizará en la candidez de mis pasos aquella dulce mirada?


Deambulando entre los días, afanada con tus plantas,
entonando una canción yo contemplaba tus pasos
perseguía tus suspiros y estudiaba tus miradas;
adivinaba a lo lejos tus pensamientos, tus ansias locas de llanto,
tu corazón intranquilo, tus sonrisas de mañana.


Un día habló la princesa, la de mayor abandono,
cuando se extinguió la luna, ya casi al clarear el alba:
La que no tiene mirada, la que sonríe sin ganas
la más frágil de palabras, la que sufrió desde siempre
la que creció en soledad acompañada de nada...
Si hay historia triste es esta, de quien nace rechazada.


Nací en un tiempo, en que nacer no era bueno,
y cuando vine a este mundo no hubo cuna que esperara
mi madre soñaba entonces con perdidos paraísos, lejos
estaba ni padre distraído en sus afanes.
Un sollozo de creatura, de quien abandona el seno
despertó a quienes reciben el regalo que no quieren.
Mi vida sin alegrías, se extinguía como una burbuja ajena 
entre normas anacrónicas entre prejuicios y reglas


Vendrá un príncipe dorado, a mi vida, de mañana
junto al brote de los lirios, yo sé que vendrá en septiembre
cuando florece el aromo y la brisa es más fecunda,
vendrá a integrarme a este mundo, a sus días a su marcha,
me envolverá con suspiros y con sus ardientes besos
despertará los impulsos que de niña he conservado.
Aquel día de septiembre se escucharán mis susurros,
mis canciones ya olvidadas más allá de la estrellas,
embriagada de ternura será feliz mi momento
y por fin en la euforia de la vida, habrá nacido mi tiempo.
Dejaré atrás los fantasmas y otros príncipes ajenos
los que recorrieron mi vida como visiones fugaces y
querían sin saberlo, arrebatarme estos íntimos momentos.


Todo fue como un suspiro, un pestañar en el viento
escuchaba a mis princesas y mi reino estaba lejos.
Disfrutaba las vigilias, las tardes, el ocaso y la mañana
y sentí entonces que un impulso, un deseo incontrolado
recorría mis arterias, el corazón y una historia ya olvidada.
Allá lejos:mi otro reino. Acá cerca mis princesas.
¡Cómo me hubiese gustado ser el príncipe soñado
y transformarme en consuelo de mis doncellas del lago!


Más allá de las colinas los ríos y las montañas
el tiempo siguió en su avance, en su inexorable viaje
y allá estaba mi reino, unos príncipes pequeños
y los sueños y desvelos de una reina solitaria.
La princesa que en su tiempo esperó que en mi caballo
yo detuviera mi marcha y bebiera de sus aguas.
Ella espera que regrese, desgarrando el calendario
cada noche de luna, imaginará ingenuamente
que su príncipe, descansa junto a un lago solitario.










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